domingo, 20 de julio de 2008

Leccion de moral que busca lavar el aletargamiento popular


Parece increíble que tengan que ser los niños y niñas quienes estén luchando por cambiar aquello que debimos haber impedido nosotros en su momento. Pero no hay alternativa posible porque los adultos, sus padres y madres, estamos horas y horas trabajando para poder costear justamente aquello que era un derecho básico, y que a lo largo de los últimos años se ha transformado en negocio; la educación, la salud, la vivienda social, la previsión social, los servicios sanitarios, la energía eléctrica, y hasta el transporte público.


Pero estos pingüinos del 2006, del 2007 y del 2008 que tendrán 32, 33 y 34 años para el 2020, ¿serán trabajadores tan explotados como nosotros o habrán transformado esta sociedad al punto de revertir la actual desigualdad social?


Lo primero es dilucidar si serán o no trabajadores, lo más probable que sí, porque sus abuelos fueron trabajadores y sus padres somos trabajadores, pero ese nos es un problema, sino que lo segundo que se debe dilucidar.


¿Serán tan sumisos y temerosos como nosotros?, quizás no, porque sus abuelos dieron una lucha social a lo largo del siglo XX que si bien culminó con un sangriento golpe militar, logró transformaciones sociales que le dio prestigio a Chile en lo cultural, político y social, nunca nuestro país tuvo la desigualdad social que exhibe hoy.


Nuestra generación ha usufructuado de la gran hazaña de nuestros padres, la nacionalización del cobre, lo que transformó el paisaje, se acabaron las calles polvorientas, los pozos sépticos, las rejas de madera y gran parte de las poblaciones callampas, pero pese a la tecnología moderna y los nuevos conocimientos, la miseria está de vuelta y viene de la mano de la violencia y la drogadicción, el desafío que le dejamos a la nueva generación es demasiado grande y parece que estos cabros están a la altura de las circunstancias.


Estos niños de hoy no solo luchan contras las condiciones objetivas heredadas, vale decir con las extenuantes jornadas de trabajo y las bajas remuneraciones, sino también contra la subjetividad de sus padres que consideran la rebeldía, el reclamo y la protesta como un defecto y no como una virtud.


La actitud valiente y virtuosa de estos niños y niñas nos hace florecer la esperanza de un futuro con mayor organización de trabajadores, con un nivel de sindicalización y negociación con las empresas que logre revertir esta desigualdad que está hundiendo a nuestro país.


Cierto, es una esperanza, pero eso es lo último que se pierde.


Horacio Díaz Olivos

Dirigente Sindical

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